Esta definición de uno de los miembros del jurado, el periodista chileno Sergio Correa, dada durante el vídeo de presentación de lo que ha sido la 48 edición del Festival de Huelva de Cine Iberoamericano, bien podría resumir la muestra cinematográfica en este casi medio siglo.
Un deseo de caminar juntos, de conocerse, de apoyarse en las denuncias, de que Huelva, como lo fue hace más de 500 años, sirva de nexo de unión entre el viejo y nuevo mundo, de puerta de entrada de todos aquellos que a lo largo de más de medio milenio han probado fortuna al otro lado del charco, en una u otra dirección. Cantes de ida y vuelta. Cine de ida y vuelta. Sueños de ida y vuelta.
El Festival de Huelva es eso, un festival de esperanza, de talento en muchas ocasiones desconocido, que sigue mirando cada año con los ojos curiosos de cómo les va a aquellos que consideramos compañeros de viaje en este mundo, sintiéndonos, en muchas ocasiones, más próximos a ellos pese a la distancia, que a nuestros vecinos europeos.
Y es por eso que en la gala de clausura de este año, como la de casi todos los años, los premiados aprovechan su ventana para reivindicar el cine social, el cine emocional, con lágrimas sinceras y contenidas, con agradecimiento de que siga interesando lo de allí.

Y el público de Huelva premió a Wescla Vasconcelos que con Paloma da visibilidad a travestis y transexuales brasileños que luchan para sobrevivir y tener oportunidades, que defiende su talento y pide que se les permita estar con normalidad en el mundo del cine, que nos hace reflexionar sobre la transfobia y nos cuenta lo que ocurre más allá del Atlántico.

La mejor actriz fue Sol Miranda por Regra 34 con su recuerdo de que no hace tantos años que en Brasil se salió de la esclavitud, que los descendientes de los negros indígenas tienen derecho a tener las mismas oportunidades de experimentar la cultura que sólo les llega si es a través de lo público.

El mejor actor fue Emilio Candelario por Perejil. “Todos somos rojos por dentro” nos recordaba dentro de su defensa de su República Dominicana natal, que aunque su película demuestra a dónde nos puede llevar el odio, el amor lo puede todo.

Maritere Vélez, que junto a Gabriel Leyva y Mariana Monclova han sido los mejores actores de reparto por Receta no incluida, dedicaba el tiempo de su premio a hablar de la importancia de tratar los problemas de salud mental y de que en su tierra, Puerto Rico, no hay los suficientes recursos. Por eso, decía, es necesario que haya un cine caribeño, y un cine portorriqueño, «que se pueda hablar de nuestras cosas porque nuestras historias importan», para que se pueda hablar de compasión y vulnerabilidad.

El mejor director de esta edición para el jurado fue Matías Rojas por Un lugar llamado dignidad que nos contaba que su país, Chile, “tiene muchas cicatrices” y cómo el cine impulsa a reflexionar sobre la memoria y la importancia que tiene que se vea desde este lado del mundo.

El protagonismo iberoamericano lo cerró Fernado Guzzoni, director de la mejor película de este año Blanquita y su denuncia sobre la violencia de las instituciones en sociedades como la chilena. Resumía el sentimiento de muchos, tantas cosas nos ha dejado esta semana sobre las que preguntarnos y reflexionar.

En lo que al cine andaluz respecta, la ganadora fue ‘A las mujeres de España. María Lejárraga’, dirigida por Laura Hojman. La necesidad de contar otro relato y que los nombres de las grandes mujeres de España no se borren de la historia. Por dignidad.

La gala de clausura, como el festival en sí, también mostró mucho talento de Huelva. Desde el presentador, Adolfo Zarandieta, a la música en directo de Pirámida y Tricia Nice y a los actores onubenses que entregaron los galardones, el último Mariano Peña, que introdujo al Premio Ciudad de Huelva de este año, Nathalie Poza, perteneciente al grupo de actores que “dejan su piel colgada en el camerino para ponerse otra”.

“Un premio a la trayectoria te obliga a echar la vista atrás”, señalaba la galardonada que recordaba que “han pasado 30 años desde que yo empecé en este juego de ser actriz sin acordarme del momento en que lo decidí. Es lo único que hago cada día de mi vida”.

“El Festival de Huelva es un festival que trasciende fronteras, que mira la vida y la realidad de frente, para mí, el cine es el buque insignia de la esperanza aunque el mundo se derrumbe. Por favor, proteger el cine”.

Después de 136 proyecciones de películas, tres galardones y varios premios, Huelva despide un año más a su festival desde la normalidad y la presencialidad. Lo despide tras haber mostrado parte de lo mejor del cine iberoamericano del último año, descubriendo a una nueva generación joven que, como la onubense, ha sabido coger el testigo legado para seguir acercando dos mundos que no están tan lejos.