Fotografía: Rafa del Barrio
16 sillas, tres mesas y silencio para empezar. Un cuadro, dos pantallas. Luz encendida. Una actriz atraviesa el patio de butacas, en silencio, y se dirige al escenario, con mascarilla y movimientos torpes, temblorosos. Sigue el silencio.


Se quita la mascarilla, bebe agua, se seca el sudor, ordena sus papeles y empieza a hablar… “Señor director…”.

Un día, Juan Mayorga, se imaginó mientras preparaba su discurso de ingreso en la Real Academia Española, de la lengua, que no pronunciase él su texto, sino un actor. Fantaseaba con la idea de llevar aquel proceso a una obra teatral. Hablando en un discurso sobre el teatro, en el teatro, dentro de una obra teatral.
Y así fue como llegó Blanca Portillo al escenario del Gran Teatro onubense para hablarnos del silencio de la vida y del teatro, para llevar a los espectadores a un viaje imaginario en los que se enfrenten a algo que les rodea constantemente, tal vez, más que ninguna otra cosa. El silencio.

100 minutos de Banca Portillo sobre el escenario, sin descanso. Con una primera parte en la que ensaya su discurso, contratada por Mayorga para que lo represente ante la Real Academia Española. Una primera parte en la que el protagonista es la palabra.
“Cuando todo calla oímos el paso del tiempo. Sólo las palabras no están de paso. El silencio que lo llena todo. Cómo contarnos el silencio. Silencio para escuchar las palabras de otros. Juan Rulfo se reunía con compañeros para estar en silencio. Hay que saber callar tanto como hablar. Ha pasado un ángel. Silencio triste, enfadado, arrogante, para castigar, para defenderse, silencio prudente y cobarde. Todo le va bien al silencio. En boca cerrada no entran moscas. A veces callamos diciendo mucho…”.

Pero la ciencia mata al teatro y al silencio. La actriz se rebela ante palabras que no quiere decir y se produce el cambio. Todo empieza con la representación de la obra de John Cage de 4 minutos y 33 segundos de absoluto silencio, utilizando el móvil a modo de cronómetro en los que Blanca Portillo sostiene la atención con gestos de ese incómodo silencio, sin entenderlo mucho.

La introducción en el discurso ensayado de términos científicos sobre el silencio acaba de hacer explotar a la actriz, que no entiende qué tiene que ver la ciencia con su silencio. Peluca al suelo, traje al suelo… Ocho años, 5 meses y 17 días sin actuar y la llaman para eso “no tenía que haber venido”, Y abandona entre el público para volver, pero a su manera, sin corsés académicos, sin peluca, despojándose poco a poco de la ropa, alterando el decorado a su manera.
En el teatro, el silencio es más que palabras. El silencio es lo opuesto a la ciencia. La historia teatral está llena de silencios en los que el actor es el protagonista sin decir nada. Silencios que llenan los escenarios. Silencios que marcan recuerdos.
Y así, comienza todo a moverse. Se apaga la luz del teatro tras una hora y empieza el juego de luces y sonidos. La actriz empieza a remover todo el decorado del escenario para poder interpretar sus verdaderos silencios.
Y Mayorga y Portillo disfrutan representando los silencios históricos teatrales de Antígona de Sofocles; de La Casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca; de La Vida es Sueño de Calderón de la Barca; El Gran Inquisidor de Fiodor Dostoyeski…

“El idioma de Dios es el silencio”, sentencia sobre el escenario mientras inicia la despedida. “Sobre el silencio lo mejor es no decir nada. Les libero de su silencio” mientras acaba, callada, rememorando los personajes que no podían hablar en las obras representadas. Fundido en negro.
“Puede ser que la vida, en su brutalidad o en su belleza, nos deje sin palabras”

El Gran Teatro se llenó una vez más con la oferta de una de las obras que en estos momentos recorren los escenarios de toda España. Una apuesta segura en la que el público onubense no falla.





