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Mozart de tabaco y ron

Fotografía: Rafa del Barrio

 

Esa forma tan especial de tocar el piano que tienen en el Caribe, con esos ritmos que sólo se sueñan allí. La expresión la llevan dentro y el piano, nunca mejor dicho, sólo es un instrumento, pero qué instrumento en manos de Chucho Valdés.

 

La figura más influente del jazz afrocubano actual sale al escenario de un Gran Teatro lleno, que lo ovaciona. Grammys por decenas, seis décadas atrapando almas, llevando a Cuba por el mundo. La leyenda está en Huelva.

Cuatro músicos, un cuarteto, sobre el escenario entregados al ritmo, entregados al son. Roberto Vizcaíno Jr (congas), Lukmil Pérez (batería), José Armando Gola (bajo), se deslizan con un ritmo trepidante para agitar las caderas, mientras Chucho espera sin dejar de mover las piernas entre el entusiasmo del público.

Podría haber sido un intérprete clásico, uno de los mejores, pero Chucho ve el mundo a través de los ojos, oído, tacto, gusto y olores de Cuba, a través de unos sentidos impregnados en ron y tabaco. Un mundo en el que Mozart se va a la playa con su novia a ver pasar los días y las noches a media luz. Interpreta un danzón a su estilo que se llama ‘Mozart a la Cubana’.

Se va introduciendo la base rítmica y el piano pasa de clásico a caribeño, interpretando una deliciosa melodía austríaca. Un sueño de música.

Un bajo que se utiliza en ocasiones a modo de caja. Una batería que suena diferente, como si nunca se hubiese usado para el rock o el pop, lejos de estridencias, buscando los detalles, todo sensibilidad. Y unas congas, Dios mío, como sólo se pueden tocar allí.

No existen partituras, para qué, la música va llamando a la música.

Un tango, pero que no es un tango, dedicado a su esposa argentina. “Es un tango cubano, es un tango español…”.  Hay de todo, demasiada cultura, puerto de mar de ida y vuelta que abrió los brazos y los sentidos para hacer suyo todo lo bello, con esa forma con la que sólo el Caribe sabe recibir al extranjero.

Y con dos golpes de batería cambia del tango al jazz sin dejar la misma canción.

Un tributo a uno de los grandes pianistas de la historia del Jazz, Chick Corea, donde el bajo clásico se convierte en eléctrico. Los dedos de Chucho Valdés se aceleran sobre el piano, los golpes marcando los tiempos, también.

A su abuela, Catalina Valdés, dentro de su familia, le gustaba los neorrománticos como Rachmaninov. Y él le compuso un tema en el que el ruso se va volviendo cubano, poco a poco, en los dedos de Chucho, atrapado por el sonido de las olas para dar un nuevo sentido al romanticismo.

Y se queda en un solo de piano ya sin percusión, Cuba también quedó atrapada por esa música rusa que conmueve el alma hasta los cimientos.

“Acabo de componer un tema nuevo y lo voy a estrenar aquí”, sorprendía al público el músico cubano, “está compuesto aquí mismo, espero que salga bien”. Y así se hace un estreno mundial, como los cuadros que Picasso pintaba en servilletas. Se le ocurrió por la mañana, por la tarde está listo y por la noche suena. “¿Les gustó a ustedes?, preguntó humildemente. Un sí estruendoso y un grito que imploró entre la platea. “Ponle Huelva”.  “Ahora mismo le cambio el título, se llama Huelva”.

Hizo un “poquito de temas estándar de jazz con baladas” para ir subiendo la intensidad. Toca el piano con el codo, se para y se gira para bailar sentado al ritmo de la percusión.

Un extra a modo de juego de palmas y voces para terminar con un ritmo infernal, pero con mucho flow.

Han pasado ya muchos años desde que su padre, Bebo Valdés, transportara a otra dimensión al público onubense junto a El Cigala y sus Lágrimas Negras. “Esta noche es muy especial porque supe que mi papá estuvo en este escenario y, como hijo, para mí es muy especial”.

Tal vez, ese recuerdo, esos sones cubanos que, de cuando en cuando llegan a Huelva con la marea, le inspiró aquella melodía dedicada a la capital onubense que ya, para siempre, quedará en el universo de su música.