Fotografía: Clara Carrasco
Una vez más, repitamos la historia, la vieja historia del poder, de 2.500 años de guerras, de ciudades heridas y atravesadas por el dolor donde los hermanos no se tratan como hermanos, sino como enemigos. Será la tierra…

Hace ya varios milenios, la sociedad de la antigua Grecia buscaba el camino hacia el orden, delimitar las tiranías, denunciar la desigualdad entre hombres y mujeres. ¿Hasta dónde llega el poder del colectivo y el derecho individual? ¿Hay leyes naturales que ningún Gobierno puede eliminar? ¿Puede un hombre, por muy rey que sea, dictar leyes en contra de la mayoría?

Preguntas sin respuestas después de más de dos milenios, porque no hay una única verdad, depende de las elección de los hombres. Un debate, una esperanza de que algún día cambie que Tiflonuba Teatro llevó de nuevo a la reflexión a las tablas del Gran Teatro onubense. Un clásico, Antígona, la tragedia de Sofocles, transformado en 2.500 años de Antígonas y Creontes, con textos añadidos de Itziar Pascual, Bertolt Brecht, Sara Uribe, Alfonso Jiménez y Thomas KoÌck,

Una propuesta estética de luces y sombras, de oscuridad y velas para reflejar una sociedad en sus horas oscuras. Un inicio con danza y coros repitiendo, a modo de la representación clásica.
La música como protagonista con un piano permanente en escena sin renunciar en sus inicios a la música de una guitarra española. Canciones de todas las épocas, válidas porque en todas las épocas se ha repetido la historia.

Varias Antígonas, aunque una toma el protagonismo y un solo Creonte en una sólida interpretación que va elevando su papel en la historia. Un Creonte que lo pierde todo, mujer e hijo a los que quiere enterrar cuando el ser humano se impone al gobernante. Nadie conoce el corazón del hombre hasta verlo en el poder.

Antígona, hija de Edipo, el que derrotó a la Esfinge, lo ha perdido todo. “Antígona, hija sin padre ni hermanos”. Su hermano yace muerto y está condenado por Creonte a no ser enterrado como máximo castigo por su rebelión en una guerra en la que se equivocó de bando. Antígona, sabiendo que le costará la vida, decide desobedecer y dar sepultura a su hermano. Cuidar a nuestros muertos, nos enseña Antígona, es integrar su muerte en la vida, los que fueron enterrados sin amor ni lágrimas fueron deshumanizados.


La sociedad en Tebas se retuerce. ¿Existe el derecho a desobedecer las leyes injustas por encima de los derechos de los hombres y sus castigos artificiales? ¿Hay derechos que no pertenecen a la ciudad ni a los hombres y que tenemos desde que nacemos? Toda la ciudad pide clemencia por Antígona, entiende su dolor, pero el poder no puede permitir la desobediencia a la Ley.

Antígona pregona su desobediencia. Es condenada. Presa. Y enterrada en vida.

El hombre solo ante la sociedad y la Ley. La sociedad moderna transformándose. Una sociedad que no escucha a las mujeres, que no las cree capaces nada más que de traer hijos al mundo y sufrir por ellos, en las guerras y en las luchas de poder de los hombres. Ha habido muchas Antígonas a lo largo de la historia. Y muchos Creontes que la condenaron.

La tragedia deja un hilo de esperanza ya que, tal vez, algún día llegue una generación sin guerras, con igualdad, donde las leyes de los hombres estén por debajo de los seres humanos. Esperanza y advertencia. “Ciudadanos, mirad en vuestras niñas porque una de ellas puede ser la próxima Antígona”.
Malditos dioses, nunca os cansáis de jugar con los humanos.

