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La vida en Los Cuartelillos

Esta es la historia de uno de esos iconos imprescindibles de lo vivido en las últimas décadas en Huelva. Un hombre que hizo de su bar una forma de vida creando un punto de encuentro para todos los onubenses. Escuchándolo se recorre visualmente la Huelva de la posguerra y los barrios humildes, los contrastes de la transición, la ilusión y el progreso de los años ochenta, los problemas de la segunda mitad de los noventa y se ve una Huelva del siglo XXI que se parece poco en algunos aspectos a la del siglo pasado. Una cosa no ha cambiado en estos 67 años, su amor por esta tierra y, sobre todo, por la gente que vivió, vive y vivirá en ella.

“Ahora tengo 67 años recién cumplidos. A mí me trajeron a Huelva mis padres cuando tenía 17 meses, desde Bonares, y mis primeros recuerdos son del Matadero, donde me he criado, rodeado de un campo de margaritas por donde pasaba el tren, se veía al embarcadero de Palos y estaba la fábrica de Riotinto, un barrio donde las puertas de las casas no se cerraban, éramos todos vecinos… como se vivía en aquel entonces es como me gustaría que se viviera siempre”.

Los Cuartelillos, aunque muchos no lo sepan, existían antes que Juan pero no eran lo mismo. En aquel tiempo era una taberna en la confluencia de la calle Moguer, que ya no existe, con la calle Valverde, en el barrio del Matadero.

“Hay dos versiones sobre el nombre, una porque donde depositaban los trenes los minerales eran unos cuartillos y de ahí el nombre de cuartelillos, porque estaba al lado. La otra es que las casas de los alrededores eran casas con patios de vecinos que les llamaban cuarteles, y de ahí también puede venir”.

Fotografías: Clara Carrasco

Una mala época en el campo hizo que la familia de Juan dejase atrás los pequeños terrenos de viñedos que tenían en Bonares y se trasladasen a Huelva buscando fortuna. Su padre, José María, cogió el traspaso de un bar, “Los Cuartelillos”, que entonces pertenecía al suegro de Eduardo Hernández Garrocho. Allí ya nació su hermana pequeña.

Los primeros años pasaron en El Matadero “en una taberna con bocoyes de vino propio que hacía mi padre, con una clientela de gente normal de la barriada y de la fábrica de Riotinto” hasta que a principios de 1974 el Ministerio de Obras Públicas expropió toda la calle Moguer para realizar una canalización y evitar las inundaciones de entonces en Isla Chica. Se trasladaron al local actual “con una mano delante y otra atrás” donde Juan mientras estudiaba empezó ya a ayudar en el bar con 15 años.

Su decisión de iniciar la carrera de Magisterio fue clave para cambiar aquella pequeña taberna de barrio. “Comencé a traerme a los estudiantes y así fue como se produjo el cambio generacional, con una cosa muy bohemia, una amalgama de culturas donde podías ver a los viejecitos con su botella de vino y, en la mesa de al lado, los primeros punkis de Huelva con las crestas y las cadenas… me hubiera encantado tener una foto de eso”.

Comenzaron los días de ‘Vino y Rosas’, de hecho se inició la tradición de los ‘Martes Cuartelilleros’ en los que se regalaban claveles a todas las mujeres. “Surgió porque por aquí pasaba un señor mayor con un carrito vendiendo flores y a mi madre le encantaba tener flores naturales en casa. Yo le compraba siempre dos ramos de clavellinas y media docena de claveles… mi madre, Salomé, era el alma mater de Los Cuartelillos, de la casa, sin mi madre no habría existido nada de esto, lo llevaba para adelante todo, desde las seis de la mañana… Salomé Díaz García. Agradezco la ayuda de mi padre, de mis dos hermanas Salomé y Manolita, y de mis tres sobrinos. Es de bien nacidos ser agradecidos pero, sobre todas las cosas, mi madre Salomé”.

El bar fue poco a poco cogiendo auge y Juan se dedicó de lleno al negocio. Era un sitio de referencia para los estudiantes, un lugar de encuentro, empezaron a irse para el muro y llegó un momento en que fue desbordante “me dieron hasta premios porque siempre fue un bar de muy buen ambiente con hippies, altos ejecutivos, punkis, deportistas, cantantes, pintores, fotógrafos… toda Huelva. Del umbral para dentro no hay rollo de religión, ni de fútbol, ni de política, aquí todo el mundo nos hemos respetado siempre y eso me ha llenado mucho. Yo me llevo bien con todo el mundo, bueno, con casi todos, hay gente con la que es imposible llevarse bien”.

¿Pensaste alguna vez irte de Huelva?

“Yo es que aquí me lo pasaba de puta madre, tenía un negocio en el que me llevaba todo el día riendo, acrecentando las amistades de comunión diaria, el negocio iba muy bien, no me privaba de nada”.

Las bueno no dura siempre y en los últimos años cambió todo. Vinieron las multas por el exceso de gente y llamó la atención a otro tipo de “gentuza” que no entraban en el bar pero que estaban allí, era la década de los 90. Con el paso del tiempo también se prohibió que se sentaran los clientes en el muro, “mucha gente empezó a dejar de venir y pusimos los veladores, volvimos a tener auge pero perdimos parte de la esencia. El entorno es gran parte del en canto de Los Cuartelillos, esto no lo hay en ningún lado, irte al murito con un monumento histórico detrás… conseguimos que fuera el bar más emblemático de Huelva”.

“Pero yo ya no estaba tan a gusto, los últimos años no era lo mismo, el cansancio, cambió el ambiente. Yo quería ya jubilarme. Aquí he disfrutado pero también he sufrido, ha pasado por épocas malas”.

“Hace dos años que me jubilé. Un poco antes, Los Cuartelillos y La Temporada se fusionaron en un solo bar y lo llevan mis sobrinos Juanjo y Alberto que son los que lo regentan. Tuve que asimilar, llevaba casi 50 años trabajando 14 horas al día de casa al trabajo y del trabajo casa. Cuando paré la maquinaria me salió de todo, una parafernalia de enfermedades, perdí tres amigos, ya no dependo de mí para conducir, voy andando o servicios públicos o alguien que me acerque”.

“Y el confinamiento. No lo he pasado peor que en el confinamiento. Estuve 46 años de mi vida rodeado de gente, yo soy muy achuchón y muy besucón, eso de transmitir buenas energías… Yo vivo solo, no estoy casado ni tengo hijos, sin nadie al que abrazar, sin nadie para conversar… Lo pasé fatal, los días eran esperar a que dieran las ocho para salir al balcón y charlar con los vecinos, lo único bueno de la pandemia es que conocí personalmente a Carolina Marín, mi gran ídolo”.

“Carolina representa a Huelva y yo soy un enamorado de Huelva, y una mujer de Huelva que llegue a esos niveles diciendo yo soy de Huelva, como Rocío Márquez, como Laura Sánchez, como Manuel Carrasco, se me están poniendo los pelos de punta… yo me harté de llorar cuando Carolina ganó las Olimpiadas, para mí eso fue un orgullo como onubense y le empecé a escribir por las redes sociales”.

“Durante el confinamiento veía a dos mujeres a lo lejos que aplaudían, hasta que mi hermana me dijo un día que eran Carolina Marín y su madre… ¿Carolina Marín vive ahí? En cuanto nos dejaron salir a pasear, lo primero que hice fue presentarme en la puerta de su casa y decirle que era su admirador. Se lo dije a su madre porque Carolina estaba súper liada con todos sus compromisos. Al tercer día pude charlar al fin con ella. Para mí es un orgullo y ahora siempre que podemos echamos un rato. Es lo único bueno que saqué de esta pandemia”.

La nueva vida de Juan, le deja ahora vivir intensamente otra de sus grandes pasiones, el mundo de la cultura. “Ahora estoy haciendo lo que a mí me gusta, voy a todos los eventos, difundo las cosas de Huelva, medio entre los que tienen los mismos gustos y aficiones culturales, que creen sinergia. Es lo que más me gusta, de mediador. Estoy volcado con un libro sobre los Cuartelillos y en varios proyectos que tengo en mente. Quiero que no se pierda lo poco que nos han dejado de Huelva, de la ciudad más antigua de Europa”.

Juan, reconoce que si pudiera “tener una maquinita como en las películas para dar marcha atrás y no hacer aquello que hice”, subsanaría muchos errores personales que ha cometido a lo largo de mi vida “como todo el mundo”, pero que en lo básico “haría lo mismo con los ojos cerrados. Los Cuartelillos es mi hijo, esto lo he creado yo, era una tabernita y empecé a traer clientes hasta tener el bar más conocido y un punto de referencia de toda Huelva. Por supuesto que volvería a hacer lo mismo, ha sido mi vida y Los Cuartelillos no lo cambio por nada”.

Los males siguen ahí pero ahora vive de forma diferente y, afortunadamente, le están haciendo muchos reconocimientos. Está más acostumbrado a dar que a recibir y es por eso que le siguen sorprendiendo estos halagos.

“Algo habré hecho bien porque me han hecho ya tres homenajes… y en vida…”.