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La vida desde el Gallinero

Fotografía: Rafa del Barrio

El teatro, como la vida, nos puede mostrar su cara más amarga, derribar los sueños con los que todos nacemos, insistir incansablemente en que la ilusión que proyectamos del mundo ideal se irá cayendo con los años. Por muchos velos que le pongamos delante, la realidad siempre está esperando detrás, incansablemente, a que nos cansemos de sujetarlos.

El paso de los años, el desengaño del amor, la dura vida del teatro y de los actores, la lucha de la mujer contra el papel secundario que le otorgan… pensamientos que van llegando a escena, se entremezclan y salen abruptamente de la boca de los actores.
Ésta es la propuesta de Teatro Resistente, una reflexión a partir de la novela ‘La habitación roja’ de August Strindberg en la que no se esfuerzan por tapar la cruda realidad, reflejo de un tiempo, el ambiente teatral andaluz de mediados de los 70 que, medio siglo después, sigue debatiendo consigo mismo, como si nada hubiera cambiado en el tiempo.

Y el tiempo es el primer debate que se abre. La justificación de que “eran otros tiempos” para explicar la aceptación de lo que sabemos que hicimos mal. La añoranza de “siempre son mejores los tiempos pasados” para justificar que el presente no se puede mejorar.

El teatro es una pérdida de tiempo se lamentan. “Aquí ensayamos, aquí perdemos el tiempo. Hubo un actor que estuvo diez años esperando un trabajo en el teatro”. Al final le llegó el triunfo, un triunfo que no le hizo feliz. Pero eso es lo de menos. ¿Merece la pena estar diez años esperando algo?

Romeo y Julieta “necesitan un reloj, viven en tiempos diferentes, necesitan sincronizarse”. Durante gran parte de la obra se recurre a la historia de William Shakespeare, al referente del teatro, a la encarnación del éxito, para derribar el mito, el sueño y la esperanza de la gloria.

Porque sin mitos, sueños y esperanza no hay teatro, y la vida se vuelve demasiado real como para poder soportarla. Romeo y Julieta fracasaron en su amor por cuestiones técnicas, por desajustes en el tiempo, matando de esta forma el romanticismo.

Durante toda la representación, los cinco actores y el músico permanecen en escena, no lo abandonan, como si del Ángel exterminador de Buñuel se tratara, no pueden escapar de una realidad que los consume y enfrenta.

Los actores se quedan inmóviles o hacen pequeños gestos mientras otros hablan y toman el protagonismo, en una representación coral que añade música y alguna canción como Nada de nada de Cecilia, representante de esa época transitoria hacia un mundo que nunca llegó como se le había idealizado.

Y las escenas se van enmarañando como los pensamientos buscando la realidad y dejando de lado los artificios. “Quiero de vez en cuando una brizna de verdad”, anhela uno de los actores porque “el mundo está lleno de mentiras y cuando uno dice la verdad no le creen”, porque las verdades no es que sean difíciles de creer, lo que son es difíciles de aceptar.

Entre los pensamientos, una historia subyace y sirve de hilo conductor a la representación. Es el sueño de un joven actor, que lo daría todo por el triunfo en las tablas, que sueña con el amor de otra actriz y que los demás actores, veteranos ya, intentarán matar.

“Señoritas de mala fama y fulleros”, ésos son los actores, le dicen entre mofas continuas por su ingenuidad. “Estás avisado, si uno quiere tener éxito en la vida, mejor no meterse en el mundo del teatro”, le garantizan matando poco a poco ellos mismos la ilusión que un día perdieron y convirtiendo al joven actor en un crítico de teatro que hace daño por venganza, de un crítico que nunca llegó a actuar, que no conoció ni el amor ni el éxito en las tablas. “El teatro está en crisis y… ¿Vosotros lo vais a rescatar?”

Y aquellas mujeres que comenzaban a cuestionarse que no tenían que aceptar el papel que los hombres le habían escrito en su vida. Que el matrimonio puede ser una mentira, que no es necesario, que reclaman otro sitio en la sociedad, que no quieren ser de nadie, que no quieren escuchar las órdenes de hombres que siempre están muy seguros de lo que dicen.

Con la voz proyectada hacia el gallinero del teatro, aquel lugar de los que miran la belleza de un mundo que no se pueden permitir, se despedía Teatro Resistente, dejando luchas abiertas y debates que nos perseguirán hasta el final de los tiempos, entre esa dualidad de los que miran la vida, con la realidad más amarga y los que la miran con la ensoñación de los tiempos. La lucha entre los sueños y la realidad. Pero, tal vez, como hace ya siglos susurró Calderón de la Barca, la vida, como el teatro, sea sólo sueño y, si no, no es vida.