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La belleza es impura

Fotografía: Clara Carrasco

Impura, mestiza, original… el arte reescribiendo sobre el arte, emborronando partituras para encontrar otra forma de expresión, para sentir lo creado hace siglos de otra manera, reinterpretándose constantemente sin perder su esencia para darle otra dimensión. Desde la libertad, para seguir creando belleza.

Ese flamenco de “analfabetos y borrachos, de esquinas y barras de bar” que conoció de pequeño Juan Carlos Romero, guitarrista onubense, ya sabe trascender a otros registros. Un flamenco que hace ya años que quedó desacomplejado, que se liberó de las cadenas de la pureza que lo habían dejado anclado en el tiempo, que se dio cuenta de que su forma de contar las cosas no sólo era válida para cualquier estilo sino que sabía fusionarse para contar la belleza, no mejor ni peor, sino diferente, a su manera. Igual de bello.

Y así se plantó Juan Carlos Romero sobre las tablas del Gran Teatro para seguir dando vida a la música clásica europea, a esas intocables arias que pasan por el tamiz de nuestra forma de expresión. Creación al fin y al cabo.

Todo fue delicado y sutil ayer en el Gran Teatro, vestido de gala para comenzar la celebración de su centenario. 100 años ya del viejo Gran Teatro.

Sobre el escenario, sin presentación como si de una representación teatral se tratara, aparecían y desaparecían Pasión Vega y Eva la Hierbabuena, sin estridencias y casi a oscuras, dejándose espacio entre sus tiempos, sin agobios. Pasión se sienta, Hierbabuena baila. Blanco y Negro. Voz y Silencio. Quietud y movimiento. Todo fluye.

Un velo blanco desparramado por el escenario fue la presentación estética de la obra para los dos primeros temas de guitarra y percusión precedidos de un solo de la Banda Sinfónica Municipal de Huelva dirigida para la ocasión por Manuel Alejandro.

Las telas se recogieron para conformar una pared traslúcida y dejar paso a Eva la Hierbabuena que, de espaldas al público, arrojó flores al escenario

Calma, temple, quietud… jugando con los silencios y los espacios.

Al primer movimiento brusco, tensionado de brazo, arrancó la banda.

La propuesta ya estaba sobre la mesa y algunas de las cartas enseñadas, momento en el que Juan Carlos Romero aprovechó para dirigirse al público, para contarles que nada consiguió que abandonase su sueño infantil de ser guitarrista flamenco, de cómo su padre intentó convencerlo y de cómo ese mundo lo hizo suyo.

Habló de aquel flamenco que todavía no era consciente de su potencial, muy distinto al actual. Y de cómo los sueños, a veces, se convierten en realidad, llevándole con su guitarra a tocar por Europa, lejos de aquellas tascas de madrugada. Habló de que las cosas, a veces, son como uno se las imagina cuando desaparecen los límites mentales y todo es posible.

Y tras otro solo de guitarra apareció despacio, tras la cortina, Pasión Vega con su voz de blanco cantando en italiano. Todo impuro, todo de blanco.

Pasión Vega elevaba su voz al cielo en forma de Ave María de Schubert. Eva la Hierbabuena zapateaba “como si llamase a las puertas de la tierra”. Juan Carlos Romero tejía entre cuerdas de guitarra flamenca.

Los tres se unieron en el escenario, libres, dando expresión flamenca a esas arias, demostrando que se puede taconear al ritmo de ‘La Donna é Móbile’ y que si los grandes autores hubiesen sido coetáneos de Pasión Vega, la habrían elevado a la categoría de musa.

Antes de la despedida final, hubo dos extras. Un tanguillo creado hace tiempo a Manolo Sanlúcar, su maestro, que nos abandonó hace poco, y un fandango impuro y sinfónico. Ahora era lo clásico lo que hacía de polizón en el flamenco, llevando a dos miembros de la banda al escenario principal.

Al final, todo se reducía a eso, a crear belleza.

Mientras la banda sinfónica interpretaba un fandango, se escuchaba un olé en medio del público.

La belleza es impura.