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En los sueños de Kurpershoek

Fotografía: Clara Carrasco

Siete princesas vivieron en la mente del poeta y filósofo persa Nizami Ganjavi. Cada una veía el amor de un color, un color que iba cambiando con la vida. Siete princesas sabias con las que lleva toda la vida soñando Raquel Kurpershoek, soñando un mundo de sensibilidad, no condicionado por espacio y tiempo, un mundo de conciencia. Una realidad soñada que, como las princesas de su cuento, carece de únicas verdades, sólo tiene las verdades que van cambiando con los años.

Su música, como ella, es producto de la fusión, fusión delicada, del mestizaje. De esa capacidad de dejarse influenciarse de todo y todos para crear algo único y personal. De beber de las fuentes puras para cambiarlo, evolucionando.

Escuchando a Kurpershoek, escuchas música flamenca, árabe, portuguesa, brasileña, cubana, latinoamericana. Una música creada de cultura mediterránea, cuando todo el Mediterráneo era una cultura que acabó viajando por los océanos para seguir fusionándose.

Vestida de azul Nizami, Raquel prometía al comenzar “escuchar distintos géneros de música, visitar muchos países”. Y fuimos a Cuba, “y si digo Cuba digo boleros”, haciéndonos vivir, al igual que ella hizo un día en la Córdoba cubana “donde descubrí que la felicidad está en las pequeñas cosas, la que me enseñó del amor, la vida y la música”.

En una atmósfera íntima, se suceden las canciones, con temas cortos que se van acabando poco a poco, diluyéndose. Sorprendiendo con la versatilidad de su voz que cambia de un tema a otro, como si tuviese todos los estilos posibles dentro de ella.

No hay artificios, sólo su voz, una guitarra española y elementos de percusión que en ocasiones acompaña de palmas flamencas. Todo con pausa, para deleitarse en matices.

Kurpershoek nos va enseñando cómo se puede ser todas partes, como su propio lenguaje que va saltando de un idioma a otro, a veces con acento andaluz. Lo quiere conocer todo, saborearlo todo, atreverse con todo.

“La importancia que tiene siempre atreverse a soñar a lo grande” es el aprendizaje que saca de un delicioso fado, Garça perdida, que canta en portugués, como la brasileña Me embala, tú me acunas, “esa primera sensación que tenemos cuando estamos enamorados”, producto de la primera canción compuesta por Raquel, el guitarrista Alejandro Hurtado y el percusionista Danny Rombout.

Kurpershoek recuerda a “una mujer increíble que ha significado mucho en mi desarrollo artístico y personal, con la que he compartido mis mejores y peores momentos, siempre me ha inspirado”. Cantando, “desde el respeto”, ‘Como la cigarra’ de Mercedes Sosa.

Hace tres años ganó el premio ‘Made in Huelva’ del Wofest con Traslasierra, otra muestra de su deseo de unir mundos, creando una canción “muy especial” para hacer sentir la música a personas que no pueden oír. Atraída por la comunicación no verbal, por el lenguaje de signos. La unión de la música y las personas sordas. Todo es búsqueda de lo diferente, de las sensaciones que están ahí para ser descubiertas y vividas.

“Tú te vas con el deseo”; “y dice que la vida es una ilusión”; “el sitio para ser feliz”; “niña abre la ventana”… Las letras, las frases, los sentimientos se van cayendo de las canciones de Nizami hasta llegar a La Maza de Silvio Rodríguez, “si no creyera…” la última canción que cantó sentada.

Su despedida llegó con Mil cosas, de Alberto Beltrán. “Si pretendes olvidarme, no podrás te lo aseguro. Tu destino está en mis manos”.

Los sueños de aquella niña de princesas y colores, de fusión delicada heredera de siglos de cultura, voz de un mundo que pervive sólo en algunos sustratos de la cultura, fuera de prejuicios, política y ambiciones, que habita en un universo de sensibilidad, no condicionado por el espacio y el tiempo, un mundo de conciencia, donde vive en miles de sitios a la vez, sintiendo todas las músicas en su interior, todas las culturas, hasta aquellas que no se pueden decir con palabras.

El Gran Teatro onubense se fue anoche a dormir deseando, algún día, formar parte de los sueños de Kurpershoek, el lugar donde a todos nos gustaría vivir.