Fotografía: Clara Carrasco
Hay muchos cielos y se puede llegar a ellos de muchas maneras… Anoche, de hecho, los afortunados que pudieron asistir al Gran Teatro estuvieron en uno de ellos.
¿Cuántos cielos puede haber? ¿Es mejor el primero? ¿El segundo?… en Huelva nos quedamos, sin duda, con el tercero, en el que está Rocío Márquez.
Un flamenco evolucionado y rompedor de la mano de Bronquio. Un flamenco que se adentra a las puertas del Paraíso, a las puertas del aquel legendario ‘Tercer Cielo’ bíblico que, por fin, ha llegado a la tierra en la voz de Rocío para dejarnos en la gloria.

Hubiera podido llenar varios teatros. Sin entradas desde hace semanas, palcos llenos, colas en Vázquez López, vestidos de gala. Huelva sabía lo que venía. Conoce desde hace tiempo a Rocío Márquez y la quiere cada vez más. Por ella y porque su música empieza a trascender y a marcar época, sin olvidar la humildad y el sentirse de aquí. Imposible no quererla. Imposible no admirarla.

¿Para qué más?, una mesa de sonido y dos telas. Más Rocío. ¿Para qué más? Es flamenco pero no hay silla para cantaor, ni guitarra, ni coro de palmas. Una mesa de sonido. Nada más.
Aparece Bronquio con tenue luz, no hay salida espectacular.
Rocío está tirada sobre el escenario, boca abajo, casi a oscuras. Y empieza su voz, tirada sobre el escenario a oscuras. Boca abajo.
“Si me levantas el velo, verás mi frente marcá por las navajas del tiempo”, canta Rocío.
Rocío se arrastra, gatea… sin dejar de cantar. Busca a oscuras como un recién nacido dentro de un mundo extraño. Recorre el escenario de lado a lado entre palmas electrónicas, entre un silencio sepulcral de respeto del público que sabe que lo que está en el centro es el cante flamenco, la forma de expresión de este pueblo.

Recoge la tela y la ordena, se mete debajo de la mesa de sonidos y baila de rodillas sobre la tela. Los espacios de actuación también son distintos y ofrecen posibilidades infinitas. Baila, canta, interpreta.
La tela acapotada ahora es falda y Rocío está de pie. Canta Rocío y sus movimientos son autómatas, y al segundo baila flamenco, se está fusionando en directo, se está transformando ante los ojos del público. Y ella y el flamenco. Evolucionan.

Termina el primer acto y todo se funde en negro en una ovación como pocas se recuerdan en el Gran Teatro.

Aparece ahora sentada, con música de aires árabes y canta el Garrotín, un canción que se va transformando y que sufre, como ella, la hibridación. Y comienza a girar, y gira y gira Rocío hasta desaparecer…

…para volver de blanco con pandereta en mano. La luz se va haciendo.

Se sube a la mesa. Al rato Bronquio le pone el taburete para que baje por otro lado, no hay ni un espacio del flamenco que quiera dejar de tocar, de impregnar.

Y termina otra escena como si de una secuencia de una película se tratase.
Rocío ya no está sobre el escenario pero sigue cantando, a veces, Bronquio también canta.
Ella baila tras las telas con un halo de luz. Siguen jugando con los espacios porque todo se puede reformular. Y la gente se pone a acompañarlos con palmas.

El mensaje ya ha llegado. Le ha provocado el sentimiento, están viendo belleza y la reconocen. Ovación a rabiar.
“Por recoger tus huellas ha caído la nieve sobre la acera”
Habla, canta, rapea, se repite, canta. Está arrancando al flamenco esa frase para llevarla a otra dimensión, a otro cielo. La frase se resiste.

Rocío hace un ejercicio de voz. Pocas voces son capaz de hacerlo, porque pocas voces hay como las de Rocío.

Vuelve la oscuridad con una frase que se queda arrancada y empieza otra secuencia de fuego, muerte y soledad. Rocío ya entra por el centro del escenario entre las telas.
“La soledad es tenerte en mi mente y no poder hablar”.
“Amar no es sufrir… Amar no es sufrir… Amar no es sufrir… Amar no es sufrir”

“A mí me mata la pena” y se pone a bailar desenfadada antes de sentarse en la mesa. Y luego se junta a Bronquio y hace sonar la mesa, no es de madera la mesa ni falta que hace. Y vuelve a salir bailando con desplante. Otra escena.



Todo está oscuro y ella aparece atravesando la tela, como la niña que nace, que asoma su cara por primera vez. Lo nuevo siempre tiene un principio. ¡Qué voz tiene Rocío! Se escucha entre el público…

Luces de discoteca y ella inmóvil. Un minuto. Dos. Se pierde la cuenta. Con el pelo en la cara. Jugando con el tiempo. Con los nuevos tiempos.

“Mi frente marcá con trazas de barro que si me levantas el velo verás”
“Te ofrezco el pensamiento de las yemas de mis dedos”
“Aquel que se va, que cante en la libertad”

El nuevo flamenco, el evolucionado, estaba escondido en el ‘Tercer Cielo’, sólo había que ir a buscarlo.



