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Cuando Huelva se recuerda a sí misma


Fotografía: Clara Carrasco

Esos domingos de enero de San Sebastián bendito, cuando siempre hace frío, con la ciudad engalanada y expectante, cuando llegaba, no siempre, los toros y el fútbol. Nuestra Huelva de Blanco y Negro por obligación.

Puede que ya no estén las casas encaladas ni el barrio es el que fue, humilde y trabajador, a las afueras de Huelva y entre cabezos.

Pero en Huelva hay un domingo de enero en el que la infancia de los mayores renace entre palmitos y barquillos, donde no ven edificios sino las casas donde vivían. Lo ven detrás de un santo, San Sebastián, aquel que evoca los mejores recuerdos que se pueden tener. Niñez, tierra, sueños.

Sobre las once y cuarto se vislumbraba el inicio del cortejo. Antes, domingo de misa, con representación institucional, obispo y espera para uno de los días grandes del año, el del Patrón de la ciudad.

El tañer de las campanas y la Cruz de Guía daban paso a quince minutos de cortejo adelantado por las hermandades onubenses, seguido de los representantes institucionales y eclesiásticos.

En ese momento, con el frío de la mañana de enero, todas las edades de su nuevo barrio salían a recibirlo cuando sobre las once y media empezaba a asomar por la iglesia.

La bajada por la cuesta de Cantero Cuadrado inicia un recorrido que suena a Huelva. La calle de Mackay MacDonald para llegar a la rotonda del Litri y girar hacia San Pedro pasando por la Soledad antes de torcer por Madre Ana.

Los primeros puestos de palmitos escoltan al Santo en la calle Mackay MacDonald para los más impacientes. Luego habrá muchos más.

Se avanza con decisión por la antigua calle Montrocal hasta divisar los escudos de Huelva que anuncian el comienzo del barrio. Para entonces las calles son un hervidero de gente.

Se para la procesión, frente al balcón de todos los años, mirando a la estatua del Litri que, como en la plaza de toros, espera inmóvil. Es entonces cuando comienza a aparecer los recuerdos de aquella Huelva. Ves pasar a la Moni, varias veces. Los niños vestidos de domingo escuchan quién es el Santo y los recuerdos se abalanzan por la calle San Sebastián, camino de San Pedro pasando por La Soledad. Pasa media hora del mediodía.

Las calles de la vieja Huelva se estrechan y es más fácil imaginarse cómo sería esa procesión hace cincuenta años, hace cien. Calle Silos, La Fuente y Madre Ana. Es la una y una gran petalá espera antes de iniciar el camino de vuelta.

Como a aquellos a los que inspira protección y protege de calamidades, San Sebastián ya está en su nueva parroquia rememorando durante un año las imágenes de la procesión y oliendo el sabor de aquellas calles de las que nunca debió salir.

Esa misma generosidad, la de una generación que dejó de ser barrio para dar paso a la nueva ciudad, más moderna, más abierta al exterior, aunque, una vez al año, en una mañana fría de enero, revive el milagro de cuando Huelva vuelve a ser Huelva en su barrio de San Sebastián.