Unas apenas perceptibles notas de piano de La vie en Rose preparaban la delicadeza del alma para un espectáculo de sensibilidad y belleza que el Ballet Nacional de Cuba iba a ofrecer en las tablas del Gran Teatro onubense.
Herederos de la legendaria Alicia Alonso, fundadora de la compañía en 1948, una veintena de bailarines fueron asombrando al público con su exquisita técnica individual, atreviéndose con todos los registros, dejando una muestra de la belleza cubana que sigue, medio siglo después, asombrando al mundo.

De aguda a grave pasó la melodía para que se diluyera la luz y se abriera el telón. Un piano, que permanecería en escena sólo en el primer acto, y una pareja de bailarines para contar bailando la vida de la gran cantante francesa Edith Piaf.
Love fear loss, una coreografía de Ricardo Amarantes creada hace una década y estrenada por el Royal Ballet de Flandes que el Ballet Nacional de Cuba incorpora en su nueva gira por medio mundo.

Un abrazo cerraba el primero de los tres actos para reflejar una vida llena de turbulencias.


La historia de la diva seguía desgranándose sobre el Gran Teatro. Cambiando las luces de moradas a rojas y amarillas, a blanco, para situar los estados de ánimo junto a la música de un piano. Porque no había nada más, ni decorados ni artificios, sólo danza. Danza y la música de Jacques Brel, Charles Daumont, Marguerite Monnot…


La primera muestra, una adaptación de música contemporánea a la danza clásica finalizó espectacularmente para dar paso a una propuesta totalmente diferente. Durante toda la noche el ballet cubano fue dejando pinceladas con múltiples registros, no se trataba de una obra única, se trataba de enseñar los distintos caminos y posibilidades que tiene actualmente este género artístico.


De la música francesa a la música clásica. Los preludios de Rachmaninov, Shostakovich y Wolf llenaron un escenario en el que desapareció el piano y se presentó con una barra de ballet. Una barra que separa a la pareja que una danza de seducción intenta unir. La pareja rompe las barreras y termina fusionándose, moviéndose como un espejo.


Tercera propuesta. Cambio radical. Sobre un escenario ya libre y de rojo intenso, aparecen cuatro parejas ataviadas con motivos flamencos y taurinos que, a diferencia de los dos actos anteriores, marcados por las parejas, se van alternando en el protagonismo, hombres y mujeres. Danza coral.



Se trata de Majísimo, una obra clásica de su repertorio, un divertimento que mezcla aires hispánicos y el ballet clásico. Una exhibición de técnica que, en ocasiones, se retan por parejas, otras, cuatro bailarines intentan seducir a la bailarina.


El frenesí dio paso al descanso para retornar con la única propuesta de danza individual que ofreció el Ballet Nacional de Cuba. La muerte de un cisne, impresionante coreografía de Michel Decombey para intérprete masculino.


Sonido de cuerda y piano tapado por un vendaval para ofrecer una espectacular exhibición técnica. Una pieza con mucha historia. Creada en 1905 y estrenada por la mismísima Anna Pavlova, su perspectiva contemporánea se ha adaptado a un bailarín que sobrecogió al público del Gran Teatro.

La parte final se compuso de propuestas corales, con una veintena de bailarines sobre el escenario creando constantes composiciones fotográficas, algunas teatralizadas, otras juguetonas, con la sensación de un repertorio inagotable.
El centenario del Gran Teatro de Huelva tuvo el privilegio de ofrecer otra obra de primer nivel internacional. Una propuesta de la directora de la compañía y primera bailarina Viengsay Valdés que ofreció a un elenco de algunos de los mejores bailarines del mundo. Un espectáculo lleno de sensibilidad, calidad técnica y variedad estilística. Algo bello, al fin y al cabo, que atravesó el Atlántico para llegar desde Cuba. Caminos de ida y vuelta.
